
La solidez
de un concepto clínico se mide por la efectividad de su uso, especialmente
cuando da cuenta de un campo de fenómenos para el que no existía antes un mapa
establecido. Desde esta perspectiva podemos decir sin duda que el concepto de
“psicosis ordinarias”, acuñado por Jacques-Alain Miller a finales de los años
noventa, ha llegado a ser un concepto clínico ya establecido, un concepto de
enorme efectividad dado su uso ampliamente extendido desde entonces en el Campo
Freudiano… y más allá. Las psicosis ordinarias dan cuenta así de una serie de
fenómenos que a veces pasan desapercibidos por su aparente normalidad pero que
escuchados desde la enseñanza de Lacan indican las condiciones de estructura
que hemos aprendido a localizar en el campo de las psicosis. Discretos
acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de
la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las
que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad. Estos fenómenos
estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían con el paisaje de la
normalidad en su frecuencia. Tal como indicaba el propio Jacques-Alain Miller
en la hoy conocida “Convención de Antibes”: “Hemos pasado de la sorpresa a la
rareza, y de la rareza a la frecuencia”.[1] Es decir, hemos pasado de la
sorpresa por el encuentro de lo excepcional y lo extraordinario a reparar en
fenómenos que por su frecuencia se nos hacían ya familiares.
Pero allí
donde opera el prejuicio de la normalidad, ese fantasma que adquiere en
nuestros días categoría de verdad estadística, se trata siempre de encontrar la
extrañeza del rasgo clínico en su detalle más singular. Así, las psicosis
ordinarias se nos revelan ahora como una suerte de carta robada de nuestra
clínica: estaban tan a la vista de todos que se escondían a la de cada uno.
Bastaba un ligero desplazamiento del foco clínico para hacer aparecer en estos
fenómenos la estructura de las psicosis en sus diversas formas de anudamiento,
y de revelar con este cambio de perspectiva que lo más extraño habitaba en lo
más familiar de la clínica. Las psicosis ordinarias son así también lo Unheimlich (lo siniestro, lo
extrañamente familiar) de nuestra clínica. Y no es raro obtener este afecto
vinculado a lo Unheimlich en el
psicoanalista practicante cuando se señala la dimensión de lo extrañamente
familiar de estos fenómenos.
Entonces,
si el concepto de psicosis ordinarias ha venido a delimitar el mapa de lo que era hasta entonces una
terra incognita de nuestra clínica, es también porque muestra que la orografía
de su terreno está presente en cada uno de los continentes previamente
definidos por la cartografía clásica, la cartografía repartida según las
categorías de psicosis, neurosis y perversión. Dicho de otra manera, el mapa
crea aquí el terreno antes que representarlo, hasta confundirse con él. Lo que
es decir también que el lenguaje, incluido el de la clínica, antes que tener
una función de representación de la realidad está anudado en la misma operación
de la construcción y de la percepción de esa realidad. Es algo tan extraño como
familiar para alguien formado en la orientación lacaniana más clásica: la
percepción eclipsa la estructura allí donde esta estructura revela el modo en
que se construye esta percepción.
Vayamos
ahora a considerar la naturaleza del terreno que hoy conocemos con el término
de “psicosis ordinarias”. Imaginemos una suerte de Google Earth de la clínica
en el que podamos visualizar el terreno y las localizaciones geográficas con
sus nombres y fronteras. Encontramos ahí, siguiendo nuestra clínica clásica,
claramente establecidos los dos grandes territorios de las neurosis y de las
psicosis, con sus fronteras y subfronteras, con la histeria y la obsesión por
una parte, con la paranoia y la
esquizofrenia por la otra. Podemos localizar también la melancolía, también las
perversiones, aunque a veces se desdibujen un poco más en algunas de sus
fronteras para revelar su condición de rasgos que pueden compartir países
distintos. Existen, en efecto, rasgos melancólicos en varios lugares de los
continentes delimitados, así como rasgos de perversión, para retomar el tema de
un Encuentro Internacional del Campo Freudiano de hace ya unas décadas.
Si
escribimos ahora “psicosis ordinarias” en este buscador imaginario del Google Earth de la clínica para ver cómo
los zooms sucesivos nos conducen a una localización precisa, ¡oh sorpresa!, la lista
de lugares que aparecen en la ventanita de búsqueda se alarga más y más, hasta
hacerse presumiblemente infinita. Hasta tal punto que parecería que las
“psicosis ordinarias” pueden estar hoy en cualquier parte del mapa, sin poderse
reducir su descripción a un rasgo ni tampoco constituirse en un continente en
sí mismo. Si clicamos en uno cualquiera de esos nombres nos conduce sin embargo
a lugares ya conocidos. Y si seguimos verificando la lista tal vez podríamos
concluir entonces que la psicosis ordinaria es en realidad el propio Google Earth en su conjunto, el propio
sistema de representación con el que intentamos localizar los lugares de
nuestra clínica clásica. Es una clínica hecha de rasgos discretos, que valen
por la diferencia que existe entre unos y otros, al estilo del sistema
estructural de la lengua que conocemos desde la lingüística de Saussure. Pero
aquí los rasgos son tan discretos —permítanme el equívoco de esta palabra—, tan
sutiles que desaparecen a la vista general y sólo aparecen en la singularidad
de cada caso, y cada vez de manera distinta. Difícil construir un mapa general
y un buscador precisos con estas condiciones de representación, a no ser, como
decimos, que el lugar en cuestión que buscamos no sea finalmente el propio
sistema de representación en el que operamos.
Digamos de
inmediato que esta paradoja no nos parece nada extraña a los lectores de
Jacques Lacan. Está presente desde muy temprano en su enseñanza. Él mismo leyó
su propia entrada en el psicoanálisis, la que lleva el título de su famosa
tesis de 1932, De la psicosis paranoica
en sus relaciones con la personalidad, diciendo unos años después que la
personalidad es la paranoia y que es por esta razón que no hay de hecho
relaciones entre la una y la otra. Nada más normal que la personalidad, nada
menos discreto también, tómese el término “discreto” con el equívoco que hemos
señalado.
Pero
entonces, ¿es que la categoría de “psicosis ordinarias”, que nos parecía tan
efectiva en su uso, se nos evapora ahora precisamente por la extensión y
efectividad de ese uso? ¿No nos estará ocurriendo lo mismo que señalaba Lacan
en los años cincuenta cuando estudiaba el uso de la interpretación en el medio
analítico a partir de las observaciones de Edward Glover? Les recuerdo su
indicación al respecto en su escrito sobre “The direction of the treatment and
the principles of its power”: Edward Glover, a falta del término de
significante para operar en la experiencia analítica, —escribe lacan— “finds
interpretation everywhere, being unable to stop it anywhere, even in the
banality of a medical prescription.”[2]
Un extravío
tal sería sin duda nuestra segura confusión de lenguas, confusión que se
añadiría a la Babel actual de la clínica, una clínica que parece desaparecer,
ella misma, en el mundo de las nosografías cada vez más desordenadas y hoy
alimentadas por la crisis del sistema DSM. Es sabido que la crisis de este
sistema, en sus nuevas versiones, ha extendido de tal manera las descripciones
de lo patológico en la vida cotidiana que no hay un solo rincón que no sea
diagnosticado como un posible “disorder”. Hasta el punto que alguien ha dicho
que si uno no se encuentra descrito en alguna de las páginas del manual es
porque realmente debe tener un grave “disorder”.
Se trata en
realidad de un error de perspectiva homólogo al que describíamos con el modelo Google Earth. Con la introducción de la
categoría de las “psicosis ordinarias” en la clínica nos encontramos —como
señalaba Jacques-Alain Miller en el momento mismo de introducir el término—
“divididos entre dos puntos de vista contrastados, pero que no son excluyentes
uno de otro”.[3] Desde la primera perspectiva, la que podemos ordenar a partir
de la primera enseñanza de Lacan, hay discontinuidad entre neurosis y psicosis,
hay fronteras más o menos precisas, hay elementos discretos y diferenciales,
tributarios de la lógica con la que funcionan los Nombres del Padre y la lógica
del significante que opera de modo discrecional, por las diferencias relativas
entre los elementos. Cuando hay una frontera en el mapa, hay diferencias
discrecionales entre dos territorios, hay también posible reciprocidad entre
ellos para definir lo que uno es y no es en relación al otro. Desde la segunda
perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la última enseñanza de Lacan,
se pone más bien de relieve la continuidad entre territorios, aquello que los
hace contiguos, como dos modos de responder a un mismo real, como dos modos de
goce ante una misma dificultad de ser. No se trata ya en esta segunda
perspectiva de establecer fronteras sino de constatar anudamientos y
desanudamientos entre hilos que están en continuidad.
Así,
podemos decir que no hay propiamente una descripción clínica de las psicosis
ordinarias según el modelo clásico que ordena sus categorías a partir de una
serie de rasgos presentes en el interior de un conjunto más o menos bien
delimitado. Resultaría imposible entonces incluir una categoría así en la
lógica del DSM o de los manuales de diagnóstico habituales, donde se enumeran
los rasgos que deben estar presentes para cada categoría clínica. Desde el
punto de vista descriptivo podrían definirse más bien por un rasgo que
encontramos a faltar, nunca el mismo por
otra parte, por aquello que sentimos que falta en relación a las psicosis
clásicas, pero también por lo que encontramos a faltar en relación a las
neurosis clásicas. Nos vemos obligados entonces a definirlas, más que nunca,
caso por caso, y siempre según el contexto en el que encontramos esa falta.
Si me
permiten decirlo así, la categoría “psicosis ordinarias” incluye entonces a las
categorías que no se incluyen a sí mismas: parece una histeria pero no es una
histeria, no incluye los rasgos que conocemos de la histeria, parece una
obsesión pero que no incluye los rasgos de la obsesión, parece una paranoia
pero no incluye los rasgos de la paranoia… Lo que convierte a las psicosis
ordinarias en una suerte de paradoja de Russell, la conocida paradoja de aquel
conjunto que incluye a los conjuntos que no se incluyen a sí mismos. Hay varias
maneras de ilustrar la paradoja de Russell, una es la del catálogo que incluye
a todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos, sin poder concluir
finalmente sobre la pregunta de si el primer catálogo se incluye o no a sí
mismo.
De este
modo, la categoría de las psicosis ordinarias hace estallar el sistema
diagnóstico de la clínica estructural. Ocurre con ellas algo parecido a lo que
ocurría en la primera clínica freudiana con la introducción de las llamadas
“neurosis actuales”, las neurosis que Freud distinguía de las psiconeurosis
clásicas y que se definían por su falta de historia infantil y por la falta de
sobredeterminación simbólica de lo síntomas. Toda neurosis era una neurosis
actual hasta que no se encontraran estos dos elementos estructurales que no
cesaban de no escribirse… hasta el encuentro contingente que decantaba su
significación.
Digamos que
el único modo de verificar este hecho, el único modo de poner a prueba este
real que no cesa de no escribirse en cada caso es la propia estructura de la
experiencia analítica, la estructura que se pone a la luz del día en el
fenómeno de la transferencia.
Dicho de
otro modo y para concluir: las psicosis ordinarias sólo se ordenan clínicamente
cuando sus fenómenos se precipitan, se ordenan, en la lógica de la transferencia.
Sólo allí se revelan las psicosis ordinarias como ordenadas bajo transferencia.
[1]
Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Jacques
Lacan, Écrits: a selection, Roytledge, London2002, p. 258.
[3]
Jacques-Alain Miller, opus cit. p. 231.