Es un hecho que el término “semblante” ha llegado a
formar parte de nuestro vocabulario lacaniano como traducción del semblant francés.
Lo hemos adoptado como propio, también en castellano, a falta de haber
encontrado una traducción mejor. No deberíamos, sin embargo, dejar de señalar
cierto uso neológico que esta adopción supone en nuestra lengua. No hacerlo
reduplicaría tal vez el equívoco, pensando que “hacemos semblante” de decir lo
mismo en cada lengua, cosa por otra parte imposible si atendemos al título del
libro de Umberto Eco (1) sobre lo real con el que trata la traducción: se trata
de Decir casi lo mismo, admitiendo que hay algo que no cesa de no
escribirse en el paso de una lengua a otra.
I
Al introducir su curso “De la naturaleza de los
semblantes” (2), Jacques-Alain Miller empezaba haciendo un recorrido del
término semblant en la lengua francesa, recorrido necesario
para entender la torsión que Lacan da a la extensión de su uso en el
psicoanálisis. Una consulta a los diccionarios de la lengua castellana nos
indica que sólo en su uso antiguo o en expresiones muy concretas el “semblante”
castellano llegaría a decir casi lo mismo que el semblant francés.
Por lo general, el término “semblante” designa hoy la cara o el rostro de la
persona, referencia que, siguiendo al Petit Robert, no encontramos
en ninguna de las acepciones de semblant (3). Si bien el Diccionario
de la Real Academia incluye una cuarta y última acepción de
“semblante” como “apariencia”, el Diccionario de Uso del Español de
María Moliner deja de incluirla para circunscribir su uso actual al de la cara
o el rostro de la persona, y sólo figuradamente toma el sentido específico de
“aspecto favorable o desfavorable que presenta un asunto”. El tan
preciso Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de
Joan Corominas y José A. Pascual nos indica los vericuetos que ha seguido el
término en su historia. Antiguamente, desde el siglo XIII hasta el XV por lo
menos, se usaba el término “semblar” como “parecer” y, más comúnmente, el
participio activo “semblante” con la acepción de “parecido”, como “apariencia
de algo”. En el mejor de los casos, podríamos recuperar esta acepción. Pero el
uso viró muy pronto hacia el sentido de “rostro, aspecto de la cara” del ser
que habla, y sólo en el ser que habla, para quedar circunscrito a ellos. La
parte fue tomada por el todo, - lo que la retórica llama propiamente metonimia
-, y el “semblante” como “el parecido” de algo o de alguien vino a quedar
restringido a su rostro. Por este mismo desplazamiento, el “semblante” dejó de
aplicarse a las cosas para retener sólo el alma de la persona (4). Ya en el
siglo XVII, momento del barroco al que siempre habrá que volver para entender
algo del semblant, la acepción del término “semblante” siguió
fijada como “rostro”, tal como nos indica el Tesoro de la Lengua
Castellana o Española (hecho en 1611): “el modo en que mostramos en el
rostro alegría o tristeza, saña, temor o otro cualquier accidente, latine
vultus a similitudine, porque semeja en el rostro lo que uno tiene en el
coraçón”. Y es la acepción que permanecerá en castellano como la más usada
hasta la actualidad.
De estas referencias resulta, pues, difícil extraer
un uso del “semblante” cercano al faire semblant, al être
du semblant, o al que resulta de la oposición entre el faux-semblant y
el vrai-semblant. En castellano, expresiones como “hacer semblante
de” o “ser semblante” no tendrían sentido alguno desde la perspectiva del
lingüista, a no ser que sean considerados como neologismos de uso, ya sea que
sucedan a pequeña o a gran escala. Pero este puede ser precisamente todo su
interés. La opción de trasladar el semblant por la
“apariencia”, por el “hacer parecer” o incluso por el “parecer ser” no
resultaría ahora más fácil. Con la importación del “semblante” se trata, pues,
de una suerte de mutación en la lengua que nos indica, en realidad, la
pasta de la que está hecha la propia lengua: meaning is use.
Tal vez algún día los diccionarios del castellano se hagan eco de ella e
incluyan una acepción lacaniana de “semblante” como un efecto de verdad del
discurso del psicoanálisis en la lengua. Vayan estas observaciones como un
ejercicio para situar este nuevo “semblante”.
II
Es de señalar que aquel artesano del hacer parecer
en el barroco español que fue Baltasar Gracián no usara en toda su obra el
término “semblante” más que con el acepción de “rostro”. Lacan calificó al
escritor aragonés de “estrella de primera magnitud en el cielo de la cultura
europea” (5), y se refiere también a él en el Seminario XVIII aconsejando su
lectura (6). Vale la pena repasar un par de referencias donde el término queda
forzado más allá de su reducción a lo imaginario del semejante para evocar así
lo simbólico del semblant, aunque, bien es cierto, invocando
también la vertiente más real de la letra:
- “Yo diría que, a pocas palabras, buen entendedor.
Y no sólo a palabras, al semblante, que es la puerta del alma,
sobrescrito del corazón” (7). El semblante, el rostro, es aquí la puerta
de entrada a los secretos del alma, pero también es por ello sobrescritura –
palimpsesto que borra un texto con otro - de las pasiones del corazón.
- “El apasionado siempre habla con otro lenguaje
diferente de lo que las cosas son: habla en él la pasión, no la razón; y cada
uno según su afecto o su humor, y todos muy lejos de la verdad. Sepa descifrar
un semblante y deletrear el alma en los señales; conozca al
que siempre ríe por falto y al que nunca por falso…” (8). El semblante designa
también aquí el rostro, - seguimos en la referencia a lo imaginario del
semejante -, pero es también un mensaje cifrado que hay que deletrear en sus señales.
Y es que Baltasar Gracián intuyó la llegada del
discurso de la ciencia y de los nuevos semblantes que habitan la naturaleza,
desde la constelación de estrellas hasta el trueno evocado por Lacan como uno
de los nombres del padre. Cuando despliegue en su obra todo su arte del hacer
parecer – es en este punto donde podemos aprender algo del semblant como
categoría (9) – encontraremos momentos tan sugerentes como el siguiente: “No
ser tenido por hombre de artificio, aunque no se puede ya vivir sin él.
Antes prudente que astuto. Es agradable a todos la lisura en el trato, pero no
a todos por su casa. La sinceridad no dé en el extremo de simplicidad, ni la
sagacidad, de astucia. Sea antes venerado por sabio, que temido por reflejo.
Los sinceros son amados, pero engañados. El mayor artificio sea encubrir lo que
se tiene por engaño…” (10). Se trata de una suerte de artificio elevado a la
segunda potencia que deja de serlo en la primera en la medida que hace de la
verdad, precisamente, un “hacer parecer”, en un uso singular de la apariencia,
del semblante como un lugar del discurso. Es aquí donde cabe distinguir muy
bien la identificación con el significante amo del uso de la apariencia, del
parecer ser o del semblante.
Esta misma circunstancia daría pie para desvanecer
otro artificio en el uso implícito que a veces se da a este término: el del
semblante como engaño, como fingimiento o como mentira. La propia referencia de
Lacan a la verdad como un semblante – a la verdad, pero, ¡cuidado!, no a sus
efectos - pone en cuestión este uso del término. La crítica a los discursos que
harían de todo un semblante no escapa, en realidad, a la paradoja de considerar
una verdad más allá del semblante. Sin duda, el espíritu del barroco nos
ayudará en este punto a “brujulear” – el término se usaba entonces para eso -
de la buena manera con el semblante.
Pero lo que queda en cuestión es finalmente la
idea, sostenida por la aproximación lingüística al sentido y al goce, de que
habría un referente preciso del término “semblante”. Y es precisamente a
propósito del semblant y del referente que Lacan manifestará
pasar de la lingüística, en la misma medida en que se sirve de ella,
indicando que “el referente nunca es el bueno, y eso es lo que hace un
lenguaje” (11). Desde esta perspectiva, toda designación es
metafórica y el referente real queda como un vacío, como imposible de
designar.
No se trata tanto entonces de faire
semblant, expresión que en francés se acerca al “hacer comedia”, sino de
alojarse, de estar en la categoría del semblant como lugar
inherente al discurso. En el uso lacaniano del término, como recordaba nuestro
colega Patrick Monribot recientemente en Barcelona, no se trata tanto del
“hacer como si”, del fingir o del engañar escondiendo la verdad, sino del être
dans le semblant, y desde ahí hacerse pasar por lo que, en realidad, se es.
Notas
(1) Umberto Eco, Dire quasi la stessa cosa. Esperienze
di traduzioni, Bompiani 2003. Traducción al castellano, Decir
casi lo mismo. Experiencias de traducción, Lumen 2008.
(2) Jacques-Alain Miller, Curso de 1991-92, De
la naturaleza de los semblantes, Paidós, Buenos Aires 2002.
(3) Igualmente parece suceder en portugués, donde
“semblante” tiene el sentido prevalente de “fisionomia, rosto, face”. En
italiano, el “sembiante” parece más cercano al “aspetto, apparenza”, aunque
guarda su primer sentido de “sembianza, volto”. En inglés, parece que lo más
juicioso ha sido dejar el término en francés y no verterlo al “semblance”. Ver
Russell Grigg, “The Concept of Semblant in Lacan's
Teaching”, Lacanian Ink. Aunque el propio Russell Grigg indica
una buena contingencia en la lengua inglesa: “Foolish men mistake
transitory semblance for eternal fact”(Thomas Carlyle). También existe la
expresión “a semblance of truth” para expresar lo verosímil.
(4) Este último uso restringido del “semblante”
como “rostro” fue de hecho tomado del catalán – donde existen semblar y semblant
–, lengua en la que el término siguió manteniendo, si embargo, la
acepción antigua.
(5) Jacques Lacan, “La cosa freudiana”, en Escritos,
Siglo XXI, México 1984, p. 389.
(6) “Alguien del que habría que ocuparse un día es
por ejemplo Baltasar Gracián, que era un eminente jesuita que escribió
cosas de las más inteligentes que se puedan escribir”. Jacques Lacan, Le
Séminaire, livre XVIII, “D’un discours qui ne serait pas du semblant”, du
Seuil, Paris 2006, p. 36. Traducción al castellano, Seminario 18, “De un
discurso que no fuera del semblante”, Paidós, Buenos Aires 2009, p. 35.
(7) Baltasar Gracián, “El discreto”, Obras Completas
II, Turner, Madrid 1993, p. 123.
(8) Baltasar Gracián, “Oráculo manual y arte de
prudencia”, Obras completas II, p. 294.
(9) Una interesante Jornada de trabajo impulsada
por Jacques-Alain Miller en Febrero de 1992 reunió una serie de intervenciones
sobre el tema publicadas en castellano con el título de “Arte del Hacer
Parecer. Clínica del Semblante”, Fascículos de Psicoanálisis, Ediciones
Eolia, Barcelona 1992.
(10) Baltasar Gracián, op. cit. p.
275.
(11) Jacques Lacan, Le Séminaire,
livre XVIII, “D’un discours qui ne serait pas du semblant”, du Seuil, Paris
2006, p. 148.
Publicado en: Desescrits de psicoanàlisi lacaniana, 03-06-2009
Imagen: Pintura de Isabel Emrich
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