La actualidad del campo educativo se
caracteriza por la pérdida de la función educativa. Cuando lo específico que
sostiene un campo se traspapela, el fundamento se busca en otro discurso. Hoy
la educación busca en el discurso científico su orientación y es allí donde se
desorienta más.
El paradigma de las neurociencias se ofrece
como solución y el cerebro se ha convertido en el nuevo flogisto. La causa de
“todo” sería el cerebro, la supuesta máquina cognitiva, pero también la gestora
de los comportamientos. El buen cerebro que no tendría límites en lo que podría
desarrollar…
Esta perspectiva borra la dimensión subjetiva
y busca homogeneizar los goces, pero justamente por eso su teoría cerebral carece
de aplicación.
Desde el psicoanálisis sabemos que el niño
necesita aprender para que su psiquismo se anude. La educación es una oferta de
la que el sujeto se sirve para construir algo; de ahí que todo aprendizaje sea
sintomático. Es decir, es un instrumento del que se sirve para tratar el goce
de manera singular.
La función educativa intentaba ayudar al
sujeto a articular su particularidad en lo social por la vía sintomática, sin
intentar reducir su estilo de vida a un estándar.
Era una función “civilizadora”, pues trataba
lo pulsional por la vía del interés y la promesa de futuro, y para ello se
ayudaba de los límites necesarios. El psicoanálisis ubica la existencia de un
real fuera de sentido, el lado goce del inconsciente, que no se puede erradicar,
pero si tratar con el consentimiento del sujeto.
Por eso es importante hacer la diferencia
entre la regulación parcial del goce por esa vía y el odio al goce, que apunta
a la represión directa bajo el imperativo de un ideal homogenizador.
Para la educación la cuestión es si se logra
el consentimiento del sujeto o si se trata de la aburrida imposición de
protocolos de control.
No hay educación si no hay algo exterior al
campo de los aprendizajes que sostiene la empresa. Un sujeto interesado que
aprende bajo transferencia es el testimonio de la incidencia del inconsciente,
es decir, usa a su manera el instrumento que se le ofrece para regular el goce.
Los neuroeducadores que han borrado al sujeto
se hallan ante una dificultad, porque necesitan la motivación, la curiosidad,
amor de transferencia. No pueden entablar relación directa con el cerebro. Por
eso lo que les queda es transformarse en “entrenadores” que deben adiestrar las
supuestas funciones cerebrales para una mejor domesticación.
Este rechazo al inconsciente es fruto de la
pasión de dominio del educador y condena al sujeto a lo peor, ya que genera con
demasiada frecuencia transferencia negativa, rechazo.
(Publicado en el Blog del Congreso Pipol 9 "El inconsciente y el cerebro - Nada en común")
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