Muñeca de trapo (detalle), Armando Reverón
Juntura
Juntura (Del lat. junctura.) 1. f. Parte o lugar en que se juntan y unen
dos o más cosas: este grifo pierde agua
por la juntura. 2. Pieza que se coloca entre otras dos para unirlas o
asegurarlas: se ha roto la juntura de la puerta.1
El
Dios toro
Armando Reverón, el gran pintor venezolano, se
hizo conocido no sólo por su obra excepcional sino también por sus singulares rituales frente al lienzo: trabajar casi
desnudo, “calentar la vista”, frotar sus brazos con una tela gruesa –a veces
hasta sangrar–, palpar los colores antes de usarlos, atar sus miembros, etc. A
raíz de las crisis psicóticas sufridas por el pintor, estos rituales no dejaron
de llamar la atención de psiquiatras de orientación dinámica, y no faltó quien
creyera ver la presencia de un “complejo de castración” en el ritual de amarrarse
fuertemente la cintura para separar la parte superior del cuerpo (“espiritual”
y “noble”, según el pintor) de la parte inferior (“instintiva” y “animal”).
Dejando de lado el hecho de que este intento de
separación en lo real sería más bien un índice de la ausencia de la castración,
lo que vemos aquí es un arreglo singular para tratar lo que Lacan calificó como
un desorden en la juntura más intima del sentimiento de la vida en el sujeto.
Es pues, un intento de poner orden en aquello
que se experimenta como disjunto y que hace del cuerpo algo ajeno, que se
escapa y se desborda. El propio discurso de Reverón nos lleva a precisar que el
desorden está en la juntura misma entre el cuerpo y las palabras: “Tengo
animales por dentro que me suben por el estómago y me quitan la palabra. Para
hablar tengo que pedirles permiso y ya he descubierto la clave: me mantengo
recto, derecho. Así no puede hacerme nada el Dios Toro”.2
Sin embargo, lo importante en este caso, lo
que estos rituales de Reverón nos enseñan como experiencia fundamental para
todo ser humano, más allá de cualquier reducción a lo “patológico”, es que el
poder disponer de un cuerpo no es algo que esté dado “naturalmente” o de forma
innata para los seres hablantes. Por el contrario, cada quien debe encontrar un
modo de juntar lo que de entrada se nos presenta como un desorden de piezas
sueltas hechas de palabras, imágenes y acontecimientos del cuerpo.
Jambon
En su primer testimonio como AE, Marta Serra Frediani
relata cómo al final de su análisis la conduce al encuentro con las piezas
sueltas de un goce ya sin Otro.3
Dos elementos se tejieron y destejieron, nos
dice, en su último análisis: lo que ella llama el “vaivén” y “la escena de
seducción”. El vaivén consistía en una
sensación entre angustiosa y gozosa, de que el espacio se agrandaba y achicaba
en torno a su cuerpo, que emergía en sus terrores nocturnos infantiles. De
aquellas experiencias recupera una frase de consuelo que le resultaba propiamente
absurda: “no pasa nada, hay jamones en el techo” –frase que en su recuerdo atribuía
a la madre, pero que en realidad pronunciaba ella misma–. En su vida adulta el
vaivén se asociaba a la escucha de voces hablando a lo lejos, en ese punto en
que la distancia las hace ininteligibles, puro fonematismo. Por su parte, la
escena traumática de seducción remitía a la figura infantil y prohibida de un “padre
que se satisfacía de la niña seductora” sobre la cual se edifica, vía los
juegos del lenguaje, el fantasma de ser un “jamón” destinado al apetito de los
hombres: “El sujeto era el objeto jamón, y eso era lo que se repetía en la
compulsión de seducción que había organizado su vida”.
La reducción en el análisis de esta posición
fantasmática acarrea una mutación de la experiencia del vaivén: ya no eran las
dimensiones espaciales sino el cuerpo mismo el que se engrandecía y
empequeñecía. El goce invasivo del vaivén, que había encontrado una cierta
estabilización en el fantasma, sin ese apoyo irrumpía ahora con redoblada
intensidad. Se despejaba así la razón de aquella frase absurda: “no pasa nada,
hay jamones en el techo”, revelando la función del fantasma como defensa contra
la irrupción de goce opaco, puro resto del encuentro traumático entre cuerpo y lenguaje.
Al final, un sueño repetitivo la confronta
con “algo de la vida y la muerte", con "lo que debo hacer". Quiere dar su opinión,
pero algo en su garganta le obstruye la voz. Buscando extrae un trozo cuerda, y
otro, y otro más, que luego resultan ser gambas vivas que mueven. Son “trozos
de real que no hacen uno y que ningún discurso existente puede expresar”, y para
los que debe inventar nuevos anudamientos.
En este punto, la respuesta del analista a su
pregunta –“¿de qué jamón [Jambon]
debo separarme ahora?”– hace resonar el equívoco y apunta al resto
transferencial: “de JAM BON, tengo
que separarme de JAM, mi analista bueno”. Un final hecho de piezas sueltas, como
lo califica Marta Serra.
Piezas
sueltas
Hacemos nuestra vida a partir de estas piezas
sueltas: “…la vida de los seres hablantes, sus lazos, sus pasiones y
satisfacciones están hechos de piezas sueltas, que de alguna manera hay que
juntar” (G. Stiglitz).4
Piezas sueltas que son marcas del encuentro
contingente, sin razón ni porqué, entre el cuerpo y las palabras. Aquí una
mirada, allá una voz, tal vez un gesto o un silencio, siempre cargados de una
resonancia que nos atraviesa y nos excede. Con esas contingencias que nos
llevan y traen, hacemos una trama, como dice Lacan, eso que llamamos “nuestro
destino”.
¿Qué es lo que nos marca, qué es lo que nos
hiere de las palabras? Lo que nos hiere de las palabras es lo que vehiculan de sin
sentido, de ese goce que lalengua recorta
y desnaturaliza en el propio cuerpo. Es la imposibilidad de dar sentido al goce
innombrable y sin ley que nos habita. Y en la medida en que cada quien debe
hallar el modo de darle algo de sentido a esas piezas inconexas de goce que hacen
la materia de nuestras vidas, todos deliramos. Es tan delirante el “Dios toro”
de Reverón como el fantasma del “eres jamón”, en la medida en que ambos son “un
intento de puesta en orden de las piezas sueltas que nos constituyen” (ídem). Desde
este punto de vista, podemos decir que el sinthome
viene a ser el modo singular en que cada quien efectúa, contingentemente, esa
juntura íntima entre el cuerpo y lalengua.
Tres
lugares, una perspectiva
La juntura, nos dice G. Stiglitz, da cuenta
de que no todo es semblante: “hay un real que se ubica en la falla misma de la
juntura, una hiancia entre los elementos a juntar”.5 Y propone
entonces tres lugares privilegiados para investigar el orden y el desorden en
la juntura más intima del sentimiento de la vida en el sujeto: el pase, la
psicosis y el autismo.
· - El pase: el ser hablante afectado
por la re-percusión lalengua en el cuerpo
· - La psicosis: el invento de “algo
que haga creer en una sólida articulación de los elementos absolutos y
contingentes que la determinan”
· - El autismo: el fracaso en la
articulación de estos elementos
La referencia a la juntura más íntima, tomada
de las primeras formalizaciones de Lacan sobre la psicosis y actualizada por
Miller en la exploración de las psicosis ordinarias, se abre entonces a una
perspectiva común, más allá del ámbito de la psicosis, sobre las respuestas del
parlétre frente al real que le toca
en suerte a partir de su eventual y contingente (des)anudamiento con los otros
registros.
NOTAS
1. Diccionario
de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe.
2. Calzadilla, Juan. (2004). Reverón, voces y demonios. Caracas:
Monte Ávila Editores.
3. Serra Frediani, Marta. (2018). “Vaivén.
Primer testimonio”, Bitácora Lacaniana
N° 7.
4. Stiglitz, Gustavo. (2017). “La juntura más
íntima... y las psicosis ordinarias”, Blog
de la Sección Plata - EOL, 10 julio, 2017. Disponible en: www.eol-laplata.org/blog/index.php/la-juntura-mas-intimay-la-psicosis-ordinaria/
5. Stiglitz, Gustavo. (2018). “Retorno a la
juntura”, Asociación Mundial de
Psicoanálisis. XI Congreso LAS PSICOSIS ORDINARIAS Y LAS OTRAS bajo
transferencia. Disponible en: https://congresoamp2018.com/textos-del-tema/retorno-la-juntura/
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