“IBM Watson bebe de la fama alcanzada por esta marca después de que el ordenador ganara un concurso de televisión llamado 'Jeopardy!'”
En enero de 2013 se difundió en las redes una peculiar
noticia: la supercomputadora “Watson”
de IBM, considerada la “más inteligente
del mundo” por su capacidad de responder preguntas en forma “conversacional” y
famosa por haber triunfado frente a dos expertos competidores humanos en el
programa de concursos Jeopardy
(conocido por sus “conchas de mango” en la formulación de las trivias), había
tenido que ser reajustada por su uso inapropiado del lenguaje soez. “Algo así como lavarle la boca con jabón”,
ironizaba un comentador.
La forma más simple de comprobar si una computadora “piensa”
es verificar si puede entablar una conversación natural con un ser humano. Es
lo que se conoce como el “test de Türing”, y ha sido un reto permanente para
diseñadores de computadoras y especialistas en inteligencia artificial. Con
esta preocupación en mente, el investigador de IBM Eric Brown, intentó
alimentar a “Watson” con el Urban Dictionary –un popular website con un diccionario de
expresiones urbanas y en slang, desde
las más inocentes hasta las más subidas de tono– en un intento por hacer más
“humana” la comunicación del supercomputador e incrementar su dominio de las
sutilezas del habla común.
El problema, como lo comenta el portal Sciennode.org, es que
“Watson” “era totalmente incapaz de juzgar cuando era o no apropiado usar la
plétora de slang sexual y de palabras
obscenas que había recogido del sitio web” (Purcell, 2013). Así pues, los
científicos de IBM tuvieron que borrar de “Watson” el Urban Dictionary y además colocarle un filtro contra obscenidades.
Esta jocosa anécdota nos lleva a recordar lo que ya decía
Lacan en 1973, en el Seminario Aún: “Asumo que la computadora piense ¿pero se
puede decir que sabe?”. A lo que agregaba la siguiente precisión: “el saber
vale lo que cuesta, es costoso porque uno tiene que arriesgar el pellejo [para
aprenderlo]; porque resulta difícil, ¿qué? –menos adquirirlo que gozarlo.” (Lacan, 1981, pág. 117).
Eso es lo que hace que la súper inteligente computadora
“Watson” pueda pensar, pero no saber. No le cuesta nada acopiar la enorme y
compleja información del Urban Dictionary
entero, pero por más filtros que le coloquen, es incapaz de saber por qué bullshit es una mala palabra o entender
qué significa ser una “mala palabra”. Simplemente porque "Watson" no tiene
ningún pellejo que arriesgar en su “aprendizaje”.
La verdad, nosotros mismos no estamos seguros de entender bien por qué ciertas palabras son "malas palabras" y otras no, más allá de saber usarlas. Arbitrarias, subjetivas y convencionales,
prohibidas en general pero toleradas e incluso disfrutadas en condiciones
apropiadas, sólo sabemos que las palabras obscenas están siempre más o menos
cargadas de contenido sexual o escatológico –están siempre ligadas al morbo del
cuerpo.
En el diccionario personal de palabras-clave (“Setenta y
siete palabras”) que Milan Kundera incluye en El arte la novela, encontramos
lo siguiente:
“OBSCENIDAD.
En un idioma extranjero, se utilizan las palabras obscenas, pero no se
las siente como tales. Una palabra obscena, pronunciada con acento, resulta
cómica. Dificultad de ser obsceno con una mujer extranjera. Obscenidad: la más
profunda raíz que nos liga a nuestra
patria.” (Kundera, 1994, pág. 161).
No nos extrañaría, pues, que una persona como Temple
Grandin, que asegura que su pensamiento es similar al de una computadora por la
total separación que ella hace entre intelecto y afecto, únicamente usara
obscenidades en casos extremos –es sólo una suposición con fines didácticos, a
modo de ejemplo– o tal vez que las usara como si de palabras extranjeras se
tratase. En esta separación entre intelecto y
emociones que caracteriza al autismo, de lo que estamos hablando es de la
carencia del significante amo, en la línea de los Lefort y Maleval, i.e., de la
desconexión entre S1 y objeto “a”, es decir, entre lenguaje y cuerpo.
En cambio, en la psicosis no nos queda duda de que el sujeto
conoce plenamente el espesor de las palabras obscenas, especialmente cuando
éstas se le imponen en la alucinación verbal como voces injuriosas e
insultantes, como la voz “obscena y feroz” del superyó que retorna en lo real.
¿A qué nos conduce todo esto? En primer lugar a interrogar
el hecho de que las palabras resuenen de tal modo en el cuerpo, y al hecho de
que la adquisición del lenguaje –y más que su adquisición, su ejercicio– tenga
para el sujeto un costo que debe pagar como se dice “en carne propia”. Esta
“libra de carne” que el sujeto debe pagar es justamente el objeto de la
pulsión, aquello que anima el circuito de las pulsiones. La cita de Lacan en el
Seminario 23, El sinthome, es aquí casi obligatoria:
“Las
pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Para que
resuene ese decir, para que consuene (…) es preciso que el cuerpo sea sensible
a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los
cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse,
cerrarse. Por esa vía responde en el cuerpo lo que he llamado la voz.” (Lacan, 2008,
pág. 18).
REFERENCIAS
Kundera, Milan. (1994). El arte la novela. Barcelona: Tusquets.
Lacan,
Jacques. (1981). El seminario de Jacques
Lacan. Libro 20: “Aun”, 1972-1973. Caracas: Ateneo de Caracas/Paidós.
Purcell, Andrew. (2013). “Supercomputer has swear filter addedafter learning the Urban Dictionary”, Sciennode.org,enero 23, 2013