lunes, 14 de octubre de 2019

PSICOANÁLISIS APLICADO A LA PSICOSIS... por Fabián Naparstek




Me intereso hoy en un tema de nuestra comunidad analítica: Los usos del psicoanálisis y especialmente con la psicosis. Se entiende que la interrogación apunta a la relación entre psicoanálisis puro y aplicado o en todo caso a la diferencia de este último respecto de la psicoterapia desde la perspectiva del pase. Son reiteradas las indicaciones de Miller –siguiendo los aportes de Lacan– sobre el valor que tiene la psicosis para captar la estructura en tanto tal. Pero fundamentalmente destaca cómo la psicosis muestra la impostura del sujeto supuesto saber "redoblado cuando se viste de los oropeles del padre" [1]. Asimismo subraya la similitud –por supuesto que también la diferencia– cuando en el pase se verifica que los análisis conducen al punto "donde la impostura paternal se revela con toda su crudeza" [2]. Por otro lado, J. Lacan hace resonar en variadas ocasiones –como ya lo había mencionado– que el alienado mental es el verdadero hombre libre. Subvierte la alienación en libertad y lo vincula al fenómeno de  segregación. Es por que el loco es el hombre libre que Lacan indica que " ustedes están en su presencia a justo título angustiados" [3]. La angustia  ante la libertad del loco lleva según él a los diferentes modos de segregación. Esto último no deja de tener sus consecuencias en la práctica del diagnóstico produciendo cierto horror al mismo [4]. Cuestión que se hace más patente aún en la actualidad ante la ampliación del campo de la psicosis con las "psicosis de la democracia" [5]  –psicosis ordinarias– y la elaboración de la última enseñanza de Lacan. Es ante los psiquiatras que Lacan propone un nuevo punto de vista para abordar a la locura desde el psicoanálisis. En este punto ya no se refiere a lo que la psicosis aporta al psicoanálisis y a la formación de los analistas, sino a lo que el psicoanálisis le puede aportar a la psicosis. En ese sentido, si se trata de la libertad, Miller señala que hay allí una cuestión ética y que es ésta la que le permite distinguir el psicoanálisis aplicado a la psicosis, de la psicoterapia. Al mismo tiempo, Lacan sugiere esperar de la experiencia precaria del fin de análisis nuevos aportes para la aplicación del psicoanálisis a la psicosis. Espera un "progreso capital que podría resultar del hecho que el psicoanalizado se ocupe algún día verdaderamente del loco" [6].

Si el "riesgo" [7] –como indica Miller– de la libertad del loco la encontramos en su posibilidad de des-identificación y el horror lo hallamos ante lo que el loco muestra como impostura del padre, entiendo en otros términos ahora lo que Lacan alertaba desde muy temprano respecto de la comprensión. Hay un aspecto de la misma referido a no responder desde la empatía –matiz al que alude explícitamente Lacan en el Seminario 3–, pero hay otro aspecto siempre difícil: no responder desde la impostura del padre. Ambos aspectos responden a la misma estructura, aunque en el primero se articula con la relación imaginaria del esquema Lambda y en el segundo se amplía a la limitación de la realidad edípica y fantasmática de cada cual.


Entiendo de esta forma lo que plantea en 1976 cuando habla del amor al prójimo de la tradición judeo-cristiana y nos dice que "lo que se presenta al analista es otra cosa que el prójimo" [8].

Concluyo así, que cada vez que tratamos la diferencia en la singularidad de cada sujeto –la des identificación en un caso de neurosis, como de psicosis, o lo héteros de lo femenino– como si fuera de la misma parroquia, estamos en el campo de la comprensión. Cuestión que se presenta muy especialmente en el acto de diagnosticar. Si en su defecto al supuesto individuo de otra parroquia – o sea, lo diferente– lo segregamos, también estamos en el campo de la comprensión. Así la comprensión muestra su cara segregativa. En este sentido Lacan alertaba que no alcanza con servirse inteligentemente de "su vocabulario para que esto tenga el menor efecto sobre lo que es efectivamente la práctica analítica" [9]. Entiendo que es por esta razón que espera del psicoanalizado un aporte. Espera de aquel en donde la impostura paternal se revela con toda su crudeza. Se ve así, que el ir mas allá del padre tiene su consecuencia clínica para el sujeto en un psicoanálisis puro –en el camino hacia el fin de análisis–, empero también tiene consecuencias en la formación del practicante que pretenda abordar la diferencia en la aplicación de un psicoanálisis con consecuencias efectivas y con eficacia terapéutica. Para concluir, hago extensiva la espera no solo del psicoanalizado, sino del dispositivo del pase en lo que nos puede aportar con su elaboración. Una Escuela que se ocupa del pase y que el mismo, como dispositivo institucional, muestre sus consecuencias respecto de los usos del psicoanálisis, hará –entre otras cosas– que se pueda evitar la "reabsorción del psicoanálisis puro en el mundo psi" [10] y establecer una clara diferencia del psicoanálisis aplicado con la psicoterapia. Esto es, el psicoanálisis aplicado orientado por el deseo del analista. Así mismo, si hay un "coraje" propio en el atravesar el límite de la identificación, que en la psicosis se muestra como invención sintomática y singular, Miller también propone el coraje del acto que supone la des-identificación en un paso creativo. Me pregunto: porqué no pensar en una Escuela cada vez más corajuda –el coraje de la creación– para dar respuestas a los diferentes modos de presentación del síntoma en la actualidad. Es decir, una Escuela que favorece a la soledad singular de sus miembros respecto de la identificación, para que desde allí y en un lazo de elaboración colectiva "cada uno y en cada día, tenga que re-inventar el psicoanálisis" [11].


NOTAS

1. Miller, J.-A.: "Sur La leçon des psychoses", en L’ experience psychanalytique des psychoses (Actes de l’ Ecole de la Cause freudienne). Paris, Navarin-Seuil, 1987. p. 143.
2. Ibidem.
3. Lacan, J.: "Petit discours de Jacques Lacan aux psyquiatres", 10 de noviembre de 1967. Inédito. (Nota A.S.: Existe una traducción de Ricardo Rodríguez Ponte: “Breve discurso a los psiquiatras”. Disponible en “El psicoanalista lector”: http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2009/12/jacques-lacan-breve-discurso-los.html).
4. Sigo aquí una referencia oral de Miller que no he podido situar en alguna publicación.
5. Miller, J.-A y otros: La psicosis ordinaria. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 224.
6. Ibidem 3.
7. Ibidem 1.
8. Lacan, J.: "Prefacio a la edición inglesa del seminario XI", Ornicar 1, Ed. Petrel, pag. 43.
9. Ibidem 3.
10. Miller, J.-A.: "Respuesta a Ché Vuoi? Sobre la formación del analista en el 2001". En: Caldero de la Escuela, N° 87, Buenos Aires, noviembre, 2001, p. 16.
11. Brodsky, G.: "Discurso a la asamblea general de la AMP". En: Caldero de la Escuela, N° 89, 2002. p. 45.



sábado, 5 de octubre de 2019

Las psicosis, ordenadas bajo transferencia, por Miquel Bassols




La solidez de un concepto clínico se mide por la efectividad de su uso, especialmente cuando da cuenta de un campo de fenómenos para el que no existía antes un mapa establecido. Desde esta perspectiva podemos decir sin duda que el concepto de “psicosis ordinarias”, acuñado por Jacques-Alain Miller a finales de los años noventa, ha llegado a ser un concepto clínico ya establecido, un concepto de enorme efectividad dado su uso ampliamente extendido desde entonces en el Campo Freudiano… y más allá. Las psicosis ordinarias dan cuenta así de una serie de fenómenos que a veces pasan desapercibidos por su aparente normalidad pero que escuchados desde la enseñanza de Lacan indican las condiciones de estructura que hemos aprendido a localizar en el campo de las psicosis. Discretos acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad. Estos fenómenos estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían con el paisaje de la normalidad en su frecuencia. Tal como indicaba el propio Jacques-Alain Miller en la hoy conocida “Convención de Antibes”: “Hemos pasado de la sorpresa a la rareza, y de la rareza a la frecuencia”.[1] Es decir, hemos pasado de la sorpresa por el encuentro de lo excepcional y lo extraordinario a reparar en fenómenos que por su frecuencia se nos hacían ya familiares.

Pero allí donde opera el prejuicio de la normalidad, ese fantasma que adquiere en nuestros días categoría de verdad estadística, se trata siempre de encontrar la extrañeza del rasgo clínico en su detalle más singular. Así, las psicosis ordinarias se nos revelan ahora como una suerte de carta robada de nuestra clínica: estaban tan a la vista de todos que se escondían a la de cada uno. Bastaba un ligero desplazamiento del foco clínico para hacer aparecer en estos fenómenos la estructura de las psicosis en sus diversas formas de anudamiento, y de revelar con este cambio de perspectiva que lo más extraño habitaba en lo más familiar de la clínica. Las psicosis ordinarias son así también lo Unheimlich (lo siniestro, lo extrañamente familiar) de nuestra clínica. Y no es raro obtener este afecto vinculado a lo Unheimlich en el psicoanalista practicante cuando se señala la dimensión de lo extrañamente familiar de estos fenómenos.

Entonces, si el concepto de psicosis ordinarias ha venido a delimitar  el mapa de lo que era hasta entonces una terra incognita de nuestra clínica, es también porque muestra que la orografía de su terreno está presente en cada uno de los continentes previamente definidos por la cartografía clásica, la cartografía repartida según las categorías de psicosis, neurosis y perversión. Dicho de otra manera, el mapa crea aquí el terreno antes que representarlo, hasta confundirse con él. Lo que es decir también que el lenguaje, incluido el de la clínica, antes que tener una función de representación de la realidad está anudado en la misma operación de la construcción y de la percepción de esa realidad. Es algo tan extraño como familiar para alguien formado en la orientación lacaniana más clásica: la percepción eclipsa la estructura allí donde esta estructura revela el modo en que se construye esta percepción.

Vayamos ahora a considerar la naturaleza del terreno que hoy conocemos con el término de “psicosis ordinarias”. Imaginemos una suerte de Google Earth de la clínica en el que podamos visualizar el terreno y las localizaciones geográficas con sus nombres y fronteras. Encontramos ahí, siguiendo nuestra clínica clásica, claramente establecidos los dos grandes territorios de las neurosis y de las psicosis, con sus fronteras y subfronteras, con la histeria y la obsesión por una parte,  con la paranoia y la esquizofrenia por la otra. Podemos localizar también la melancolía, también las perversiones, aunque a veces se desdibujen un poco más en algunas de sus fronteras para revelar su condición de rasgos que pueden compartir países distintos. Existen, en efecto, rasgos melancólicos en varios lugares de los continentes delimitados, así como rasgos de perversión, para retomar el tema de un Encuentro Internacional del Campo Freudiano de hace ya unas décadas.

Si escribimos ahora “psicosis ordinarias” en este buscador imaginario del Google Earth de la clínica para ver cómo los zooms sucesivos nos conducen a una localización precisa, ¡oh sorpresa!, la lista de lugares que aparecen en la ventanita de búsqueda se alarga más y más, hasta hacerse presumiblemente infinita. Hasta tal punto que parecería que las “psicosis ordinarias” pueden estar hoy en cualquier parte del mapa, sin poderse reducir su descripción a un rasgo ni tampoco constituirse en un continente en sí mismo. Si clicamos en uno cualquiera de esos nombres nos conduce sin embargo a lugares ya conocidos. Y si seguimos verificando la lista tal vez podríamos concluir entonces que la psicosis ordinaria es en realidad el propio Google Earth en su conjunto, el propio sistema de representación con el que intentamos localizar los lugares de nuestra clínica clásica. Es una clínica hecha de rasgos discretos, que valen por la diferencia que existe entre unos y otros, al estilo del sistema estructural de la lengua que conocemos desde la lingüística de Saussure. Pero aquí los rasgos son tan discretos —permítanme el equívoco de esta palabra—, tan sutiles que desaparecen a la vista general y sólo aparecen en la singularidad de cada caso, y cada vez de manera distinta. Difícil construir un mapa general y un buscador precisos con estas condiciones de representación, a no ser, como decimos, que el lugar en cuestión que buscamos no sea finalmente el propio sistema de representación en el que operamos.

Digamos de inmediato que esta paradoja no nos parece nada extraña a los lectores de Jacques Lacan. Está presente desde muy temprano en su enseñanza. Él mismo leyó su propia entrada en el psicoanálisis, la que lleva el título de su famosa tesis de 1932, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, diciendo unos años después que la personalidad es la paranoia y que es por esta razón que no hay de hecho relaciones entre la una y la otra. Nada más normal que la personalidad, nada menos discreto también, tómese el término “discreto” con el equívoco que hemos señalado.
Pero entonces, ¿es que la categoría de “psicosis ordinarias”, que nos parecía tan efectiva en su uso, se nos evapora ahora precisamente por la extensión y efectividad de ese uso? ¿No nos estará ocurriendo lo mismo que señalaba Lacan en los años cincuenta cuando estudiaba el uso de la interpretación en el medio analítico a partir de las observaciones de Edward Glover? Les recuerdo su indicación al respecto en su escrito sobre “The direction of the treatment and the principles of its power”: Edward Glover, a falta del término de significante para operar en la experiencia analítica, —escribe lacan— “finds interpretation everywhere, being unable to stop it anywhere, even in the banality of a medical prescription.”[2]

Un extravío tal sería sin duda nuestra segura confusión de lenguas, confusión que se añadiría a la Babel actual de la clínica, una clínica que parece desaparecer, ella misma, en el mundo de las nosografías cada vez más desordenadas y hoy alimentadas por la crisis del sistema DSM. Es sabido que la crisis de este sistema, en sus nuevas versiones, ha extendido de tal manera las descripciones de lo patológico en la vida cotidiana que no hay un solo rincón que no sea diagnosticado como un posible “disorder”. Hasta el punto que alguien ha dicho que si uno no se encuentra descrito en alguna de las páginas del manual es porque realmente debe tener un grave “disorder”.

Se trata en realidad de un error de perspectiva homólogo al que describíamos con el modelo Google Earth. Con la introducción de la categoría de las “psicosis ordinarias” en la clínica nos encontramos —como señalaba Jacques-Alain Miller en el momento mismo de introducir el término— “divididos entre dos puntos de vista contrastados, pero que no son excluyentes uno de otro”.[3] Desde la primera perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la primera enseñanza de Lacan, hay discontinuidad entre neurosis y psicosis, hay fronteras más o menos precisas, hay elementos discretos y diferenciales, tributarios de la lógica con la que funcionan los Nombres del Padre y la lógica del significante que opera de modo discrecional, por las diferencias relativas entre los elementos. Cuando hay una frontera en el mapa, hay diferencias discrecionales entre dos territorios, hay también posible reciprocidad entre ellos para definir lo que uno es y no es en relación al otro. Desde la segunda perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la última enseñanza de Lacan, se pone más bien de relieve la continuidad entre territorios, aquello que los hace contiguos, como dos modos de responder a un mismo real, como dos modos de goce ante una misma dificultad de ser. No se trata ya en esta segunda perspectiva de establecer fronteras sino de constatar anudamientos y desanudamientos entre hilos que están en continuidad.

Así, podemos decir que no hay propiamente una descripción clínica de las psicosis ordinarias según el modelo clásico que ordena sus categorías a partir de una serie de rasgos presentes en el interior de un conjunto más o menos bien delimitado. Resultaría imposible entonces incluir una categoría así en la lógica del DSM o de los manuales de diagnóstico habituales, donde se enumeran los rasgos que deben estar presentes para cada categoría clínica. Desde el punto de vista descriptivo podrían definirse más bien por un rasgo que encontramos a faltar, nunca el  mismo por otra parte, por aquello que sentimos que falta en relación a las psicosis clásicas, pero también por lo que encontramos a faltar en relación a las neurosis clásicas. Nos vemos obligados entonces a definirlas, más que nunca, caso por caso, y siempre según el contexto en el que encontramos esa falta.

Si me permiten decirlo así, la categoría “psicosis ordinarias” incluye entonces a las categorías que no se incluyen a sí mismas: parece una histeria pero no es una histeria, no incluye los rasgos que conocemos de la histeria, parece una obsesión pero que no incluye los rasgos de la obsesión, parece una paranoia pero no incluye los rasgos de la paranoia… Lo que convierte a las psicosis ordinarias en una suerte de paradoja de Russell, la conocida paradoja de aquel conjunto que incluye a los conjuntos que no se incluyen a sí mismos. Hay varias maneras de ilustrar la paradoja de Russell, una es la del catálogo que incluye a todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos, sin poder concluir finalmente sobre la pregunta de si el primer catálogo se incluye o no a sí mismo.

De este modo, la categoría de las psicosis ordinarias hace estallar el sistema diagnóstico de la clínica estructural. Ocurre con ellas algo parecido a lo que ocurría en la primera clínica freudiana con la introducción de las llamadas “neurosis actuales”, las neurosis que Freud distinguía de las psiconeurosis clásicas y que se definían por su falta de historia infantil y por la falta de sobredeterminación simbólica de lo síntomas. Toda neurosis era una neurosis actual hasta que no se encontraran estos dos elementos estructurales que no cesaban de no escribirse… hasta el encuentro contingente que decantaba su significación.

Digamos que el único modo de verificar este hecho, el único modo de poner a prueba este real que no cesa de no escribirse en cada caso es la propia estructura de la experiencia analítica, la estructura que se pone a la luz del día en el fenómeno de la transferencia.

Dicho de otro modo y para concluir: las psicosis ordinarias sólo se ordenan clínicamente cuando sus fenómenos se precipitan, se ordenan, en la lógica de la transferencia. Sólo allí se revelan las psicosis ordinarias como ordenadas bajo transferencia.


[1] Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Jacques Lacan, Écrits: a selection, Roytledge, London2002, p. 258.
[3] Jacques-Alain Miller, opus cit. p. 231.

(Tomado del Blog: Desescrits de psicoanàlisi lacaniana, 10 de julio de 2016. Disponible en: http://miquelbassols.blogspot.com/2016/07/las-psicosis-ordenadas-bajo.html)

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