viernes, 29 de noviembre de 2019

Un lector… ¿algo de "escreencia"?, por Ángel Sanabria




Comienzo con unos versos de Borges, rencontrados esta misma mañana:

Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mi me enorgullecen las que he leído.[1]

Yo que no puedo –que no alcanzo ni lejanamente–  a jactarme del lector que he sido y de las páginas que he leído, me reconozco sin embargo en estos versos y a ellos me encomiendo.

“Se escribe lo que se lee”, nos recordaba Ana Viganó, citando una conversación con Alejandro Reinoso. Una frase que invierte el orden natural de lo que se considera que es la lectura –se lee algo que se ha escrito– y que hace de la escritura un recurso para la lectura. ¿Lectura de qué? Lectura de aquello que se decanta de una experiencia, de los restos literales que va dejando el recorrido de una cura, por ejemplo, o de los acontecimientos que marcan el devenir de una Escuela –del sujeto Escuela que una comunidad de trabajo encarna.

(Pero también puede ocurrir que se lea escribiendo. Al menos en mi experiencia, uno lee con el lápiz o con la pluma: subrayando, poniendo comentarios o marcas al margen del texto, tomando notas, incluso copiando extensamente el texto que se lee –al leerlo y para leerlo).

Invitado a este ejercicio de “escritura en tiempo real” que nos propusiera Alejandro Reinoso, del cual damos cuenta hoy, y convocados por el sugerente y provocador título de “Leer, escribir: una experiencia de Escuela”, me veo interpelado justamente como lector. No “lector” en general, sino como Un lector de algunos de los casos destinados a ser presentados en las Mesas Clínicas de nuestra Jornada de ayer.[2] Y es el caso para  mí que escribir sobre esta experiencia –así, bajo el signo de la prisa y a escasas horas de esta actividad– me permite (o me obliga, según se vea) a leer lo que fue la experiencia de esa tarea que nos encomendó el Directorio de la Sede. Tarea  que asumí con entusiasmo y decisión, pero también con la inquietud de quien se adentra en terreno incierto, lleno aristas delicadas y escollos –los propios, quiero decir, y no los del otro, como podría pensarse.

Porque encaré –no pude sino encarar– esta tarea a partir de mi propia experiencia de presentación clínica en nuestro reciente Coloquio Seminario, para el cual elegí un caso con el que tenía yo una particular dificultad para escribirlo (es decir, para leerlo) de una manera mínimamente solvente. Ello tanto por las características propias del caso como por un punto ciego de mi propia posición, una posición decidida por mi cuerpo por así decir, pero inadvertida para mí. Un cierto “no ver” que, paradójicamente, facilitó que el sujeto pudiera hacer cierto uso de mi presencia que la construcción del caso me permitió recuperar. La escritura palmo a palmo del caso, de cara a un control solidario e inmisericorde a la vez, produjo una reducción de las derivas hacia el sentido (hacia la comprensión) con las que me defendía de la “locura” del sujeto, y poder así leer-escribir la lógica del caso a la letra.

Tolerar esta posición del controlador, que hoy califico de “solidaria e inmisericorde”, me fue posible por algo de la confianza en el trabajo de transferencia, y no simplemente por la confianza –sin duda necesaria pero no suficiente– en la persona del controlador. Y si invoco aquí la transferencia de trabajo, es para destacar que se trata de una puesta en operación de la transferencia recíproca, en el sentido de estar enmarcada y posibilitada por los dispositivos de la Escuela –para el caso, por el espacio de “La lógica de la cura” en el Coloquio Seminario, esa fructífera invención de la orientación lacaniana. Porque no es lo mismo construir un caso sin Escuela que con Escuela, como ya se ha destacado varias veces en esta semana.

¿Hasta dónde pude –en mi tarea de lector de los casos que me tocaron– recoger de la buena manera esa experiencia? ¿Hasta dónde he alcanzado a ser Un lector de esas páginas? Sé de los tropiezos que tuve, y creo reconocer algo de lo que intenté transmitir en  la versión o escritura final de los casos presentados. Sea como sea, me toca a mí leer, extraer la letra de lo que esta experiencia deja para y en mí de efectos de formación. Y consentir además a esos efectos, a soportar la contingencia de esos efectos.

Es lo que intento valiéndome  de momento de un neologismo de Lacan, cuyo hallazgo debo a la lectura de un testimonio de FabiánNaparstek: el escreer, condensación de “escribir” y “creer”, que alude a una creencia que, sin el soporte de la elucubración de sentido, porta en sí algo de la letra.[3] Quisiera valerme de ello para nombrar esa confianza de la transferencia recíproca como un escreer (o creescribir) en la Escuela. Y espero entonces que algo de la escreencia pueda advenir –cada vez– como efecto posible en mi relación con la Escuela.

Termino con los últimos versos del mismo poema de Borges:

La tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.


Gracias.



* Intervención en la Conversación de miembros y asociados, “Leer, escribir: una experiencia de Escuela”, 10 de noviembre de 2019 en la Sede de la NEL CdMx.

NOTAS:



[1] “Un lector”, Elogio de la sombra (1969).

[2] III Jornadas de la NEL-Ciudad de México, “¿Qué cura el psicoanalista hoy?​ Consecuencias clínicas y políticas del lazo social que llamamos psicoanálisis”, 9 de noviembre de 2019.

[3] Naparstek, F., “Del sujeto occidentado a la orientación por el síntoma: modulaciones sobre la creencia”. Publicado en la página de las XXVII Jornadas Anuales de la EOL “El psicoanálisis y la discordia de las identificaciones”, 29 y 30 de septiembre de 2018. Documento en línea disponible en: http://www.xxviijornadasanuales.com/template.php?file=frutos-y-cascaras/del-sujeto-occidentado-a-la-orientacion-por-el-sintoma.html

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